viernes, 18 de febrero de 2011

Kumari Kandam

Erase hace una vez, hace muchos años, una civilización que vivía en una gran isla en el Mediterráneo Oriental, la llamaban Kumari Kandam, y dicen las antiguas leyendas que era el Jardín del Edén.

Los habitantes de Kumari Kandam vivían en paz con ellos mismos y con la naturaleza a la que amaban y respetaban como fuente de sabiduría.
El Gran Río Sagrado dividía a las isla en dos partes,el lado de Kla’ro y el lado de Ozku’ro, los que convivían en perfecto equilibrio.

La isla tenía siete templos, tres en lado de Kla’ro, tres en lado de Oz ku’ro y en su centro, el Templo de la Paz situado en una pequeña isla llamada Shanti. Palomas blancas custodiaban este lugar sagrado, revoloteando en mágica danza a su alrededor. El Templo de la Paz tenía siete mil setecientos setenta y siete campanas de cristal de diverso tamaño y color. Su música celestial llegaba al confín de la isla en sus cuatro direcciones. Su suave tintineo vibraba en los corazones de los habitantes de ambos lados de la isla.

Lamentablemente la paz no fue eterna.
El equilibrio perfecto en que vivía Kumari Kandam se rompió.
Los habitantes del lado Oz ku’ro, henchidos de vanidad y codicia, desobedecieron la Ley del Uno y la guerra entre ambos lados de la isla se declaró.
La naturaleza se enfureció…
Un terremoto sacudió la isla y una ola gigante la sepultó en las profundidades del Mediterráneo Oriental. Junto con ella se hundieron el Templo de la Paz, las palomas blancas y las campanas de cristal…

En la actual Gaza, más de la mitad de la población son niños.
Victimas silenciosas que vieron a miembros de sus familias o a vecinos ser heridos o asesinados.
Jemina, como tantas otras niñas palestinas, sobrevivió a las explosiones que provocaron la muerte de su familia.
Solo su abuelo se salvó.
El anciano Shelomo, narrador de historias y guardián de la memoria.
“Las historias nos ayudan a encontrar el sentido de la vida…”,repetía en forma de ritual antes de comenzar cada relato, “…nos muestran nuestro lugar en el corazón de del misterio”.

Fue el abuelo Shem, quién contó a la pequeña Jemina la leyenda del Templo de la Paz cuando ella era aún más niña.
Jemina, en medio de su desolación, recordó la leyenda y se aferró a ella como una línea de vida.
Durante mucho tiempo se sentó en la playa de Beit-Lahíe intentando escuchar las campanas con todo su corazón.
Un corazón congelado.
Jemina perseveró día tras día, pero lo único que podía oír era el rugir de los helicópteros, el traqueteo de los carros de combate y los disparos de los proyectiles.
El fragor de la guerra impactaba en sus oídos, aniquilando todas sus ilusiones…

Durante días enteros se sentó en la playa.
Jemina hacía todo lo que podía para aislarse del infierno que la rodeaba,pero nada funcionaba.

Cuando se sentía desanimada acudía a su abuelo y lo escuchaba contar una vez más la maravillosa leyenda.
Una chispa de esperanza entibiaba su alma, pero al regresar a la playa todo era igual.
Y fue así que aun cuando no consiguiese escuchar las viejas campanas del templo, Jemina,sin notarlo,comenzó a cambiar su actitud hacia el mundo que la rodeaba…
De tanto oír el ruido de los helicópteros,ya no se dejaba distraer por ellos.
Es más,el sonido del mar era cada vez más audible, ahogando con él el clamor de la guerra.
Con el tiempo comenzó a percibir los graznidos de las gaviotas,el murmullo de las olas rompiendo en la orilla y el viento meciendo las hojas de las palmeras.
Nada la distraía, pero Jemina, decepcionada, seguía sin escuchar las campanas del templo sumergido.

Y su desilusión creció de tal manera que finalmente decidió abandonar la búsqueda del Templo de la Paz.
“Es imposible que un Templo de la Paz haya existido frente a este campo de batalla. La leyenda es una gran mentira”.

La niña regresó a la playa una vez más para contarle al mar, al viento y a las gaviotas, que había abandonado su búsqueda.
Ese día,como ya no estaba ansiosa por escuchar las campanas,pudo admirar la belleza del canto de las gaviotas y el arrullo del mar. Se sintió tan complacida que se recostó sobre la arena tibia, simplemente para disfrutar del momento.
Por primera vez no trató de aislar el sonido del mar. Dejó que el canto de las olas la acariciara, la acunara.
Escuchó a lo lejos el aletear de un helicóptero y agradeció estar viva.
Su ser entero se llenó de agradecimiento.
Su corazón se sumergió en las profundidades del sonido del mar, todo era paz, no podía decir de dónde venía.
Y así, en comunión con el mar, escuchó el burbujear de una campanita, luego…
Siete campanitas tintinearon más fuerte…
Setenta y siete fuertes campanas se deslizaron por las olas…
En un maravilloso acorde, las siete mil setecientos setenta y siete campanas del Templo de la Paz reverberaron en el corazón del Jemina, la niña que había aprendido a contemplar el mundo a través de los ojos del alma.

Ensamblándose al sinfónico tañir de las campanas de cristal, Jemina sintió la voz de su abuelo que la llamaba, y las risas de sus amigas en la playa… el ruido de los carros de combate y el silbido de los misiles.

Una bandada de palomas blancas cubrió el sol por un instante.
Jemina se sintió llena de esperanza.
Sabía que en este mundo lleno de contradicciones…
La Paz es Posible.

“Si nuestras voces tintinean a Paz, porqué no gritamos.”
Ynarud (Adictos al Verso)

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